top of page

Día de Muertos en el Panteón Dolores

Breve introducción a la celebración del Día de Muertos para los mexicanos


La señora Rosita se convirtió en mi persona favorita del día de Muertos de 2015. Nos conocimos, como suceden todas las cosas bonitas del mundo, entre panteones, flores y retratos de vírgenes. Rápidamente me llamó la atención por su indumentaria: los colores de esta hacían honor a su nombre. Desprendía un aire entre refinado y estrafalario con su inmaculado vestido rosa palo rematado con lentejuelas violetas y una pamela blanca ornamentada con flores de plástico, que bien podía haber salido de un puesto del mercado (o un bazar chino, para los hispano parlantes).

Ya no recuerdo la excusa que inventé para entablar conversación con ella, supongo que tendría algo que ver con mi ubicación, dada mi pésima orientación y las desorbitadas dimensiones del panteón Dolores. Me respondió tan cordialmente, que al instante supe que mis instintos no habían sido en vano. Nací con semejante intuición respecto a la condición humana, que en ocasiones, hasta me asusta. Tras intercambiar las protocolarias palabras de introducción entre dos desconocidas, comenzó a contarme la historia de su familia y el porqué de su visita a la tumba de su madre. Me sorprendió ver como se acercaba hasta el refugio de los sepultureros y les daba varios pesos a modo de tributo por cuidar la tumba. En realidad me explicó que eran sus honorarios, que aunque no estuviera preestablecida una cantidad determinada, todos los ciudadanos 'de bien' así lo hacían. Y es que los mexicanos viven la muerte de forma dual. Para ellos es un duelo pero también es rito y celebración. Es un homenaje, porque se evoca a los que ya no están de muchas maneras: con una foto, una veladora o decorando la tumba con la comida que más le gustaba al difunto. La verdad es que ese segundo día de noviembre el Panteón Dolores parecía una obra de arte al aire libre. Aún se respiraba el aroma a vela y ceniza que habían dejado durante el velatorio de la noche previa, y para mi sorpresa algunas de las tumbas estaban decoradas con banderines y guirnaldas de fiesta dando la bienvenida a la muerte y celebrándola por todo lo alto en un festín de colores florales y alimentos y bebidas (no era extraño ver botellas de mezcal o tequila) depositados sobre los panteones de lo que a sus muertos les gustaba comer o beber en vida. Para Rosita el trabajo de los sepultureros tenía una connotación mágica ya que no sólo limpiaban las hierbas que brotaban de entre la piedra del panteón, sino que se encargaban de salvaguardar el alma de su madre. No sólo Rosita lo entendía así, sino que fueron cuantiosas las familias que se acercaron a agradecerles su trabajo y a recompensárselo económicamente. Me explicó que Coatlicue era la diosa de la muerte azteca. La diosa doble del Amor y la Muerte, la diosa de la tierra, con su falda de serpientes cayendo sobre las ruinas de Tenochtitlan. Dimos un buen paseo por el Panteón Civil y me enseñó varios de los apartados: lo había para las personas ilustres, para los franceses, los alemanes... aunque la inmensa mayoría yacían en el camposanto ordinario. Tras depositar dos coronas de flores, arreglar las inmediaciones del sepulcro -sólo iba una vez al año- y rezar varias oraciones me invitó a su hogar.

Ella cambiaba el velatorio a su madre por ofrecerme un tamal casero; yo cambiaba la fotografía por una buena velada mexicana. Era un intercambio más que justo.




© Fotografías de Paula Gil Ocón

31 de octubre de 2015

Panteón Dolores

Ciudad de México

 RECENT POSTS: 
bottom of page