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Encrucijadas sentimentales

Que mi libro de 'amor' favorito lleve el nombre de 'Érase una vez el amor pero tuve que matarlo' puede que diga bastante de mí.

Siempre me he mostrado reacia a ver películas de amor. Aunque he de reconocer que me emocioné con Garden State, Submarine, Moonrise Kingdom, Pierrot le fou, Blue Valentine, El Graduado, La vida secreta de las palabras, Amelie (sí, Amelie) y creo que si sigo pensando títulos mi incongruencia será tal que cuando digan Paula Gil Ocón al pasar lista no me reconoceré al levantar el brazo.

Vaya por dios. ¿Y ahora de qué presumo yo con mis ligues?

Tampoco suelo escribir de amor. Sólo lo hice en muy remotas ocasiones y siempre con un destinatario fijo. De hecho creo que sólo han sido dos, las personas a quienes he dedicado palabras de amor. Y con palabras de amor, me refiero a palabras que brotan del puño y letra de una enamorada. Aunque es un término que no suele formar parte de mi diccionario vital.

Desde muy pequeña me incliné por lecturas pesimistas y existencialistas. Puede que Camus, Panero, Sabato o Piezarnik hayan sembrado parte de su semilla trágica en mí, aunque pensándolo bien, por algo los elegí. Hay quienes recomiendan no escribir bajo los efectos de la tristeza, sin embargo, yo la encuentro tremendamente inspiradora. Ya lo dijo en su día mi querido Leopoldo Panero: "Qué siniestro es el oficio de escritor". Además para leer sobre maripositas que vomitan purpurina ya tenemos a Paulho coelho o Federico Moccia. Hoy me toca extrañarte.


Te extraño, te pienso tanto que acabo por caer en un abismo no carente de monstruos; mis monstruos, tus monstruos. Todos ellos bailan en un ritual de oscuridad, silencio y vacío que se aviva con llamas de recuerdos. De recuerdos que saben a vino francés, suenan a Los Planetas, se divierten con Haneke y pasean por la calle Tallers de una Barcelona del siglo XXI. Unos recuerdos que se prenden con el hipnotismo de la noche, la cotidianidad diurna y el té de media tarde. De tanto sentir, me siento insensible; me quedo como al principio de mi vida: analfabeta de emociones y sensaciones. Y me convierto en una autómata. Una máquina que necesita de tu electricidad para poder arrancar; de tu sensibilidad para ponerse en funcionamiento; de tu lividez para activar sus cortocircuitos; de tu singularidad para hacerla única y de tu creatividad, tu aturdimiento, tu extravagancia, tu elegancia vestida de despreocupación, tu sentido de lo absurdo, tu TÚ.


Y ahora, desde este paréntesis de la vida, desprovisto de emociones, me siento como el abrigo que alguien se olvidó en el perchero de un bar.





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