Nunca se me dio bien cerrar puertas
Hablo de mí conmigo misma
porque el mundo está sordo.
En el país de los imbéciles
todos llevan anteojos.
Me asusta este planeta ajeno,
no domino su lenguaje,
el doctor dice que estoy enferma
pero no consigo entenderle.
Los esclavos de lo absurdo
caminan cual citoplasma desmembranado
en el letargo de ciudades fantasmas,
de hipocresía vestida de funcionariado.
¿Qué curar y qué sanar?
Mi alma pernocta entre esqueletos de hormigón
perdida en el legado de la desgracia,
herencia de antepasados apócrifos.
Dicen que de la soledad no se vuelve
y yo me refugio en ella,
entre porfirias de un arte que supura
las inclemencias de este invierno.
Nunca se me dio bien cerrar puertas,
ando perdida en el sendero de mi existencia
entre espíritus que me encadenan al pasado
y golondrinas que a mi paso, mueren.
Sólo esta funesta vida espartana
que se alimenta de tinta
alivia la más íntima georafía
que vaga en un mundo enajenado.
Jaque mate en el juego de la vida,
en el mundo de la (des)humanidad.
Ellos son la multitud y yo soy yo,
siendo mi patria la esperanza.