III Panorama de Cine Colombiano
No hizo falta alfombra roja ni serenatas vallenatas para inaugurar la noche. El pati Llimonas, hizo de perfecta platea de presentación, en una cálida velada, del recién llegado de París, tercer Panorama de Cine Colombiano.
¿Se imaginan un viaje a ultramar sin salir de Barcelona? Segundo lunes de una acalorada tarde de junio. Pleno corazón del casco antiguo de la ciudad condal. Un discreto pasadizo a través del carrer Regomir hace de puente entre el laberinto de angostas calles del barrio Gótico y un colorido patio con tonos asalmonados coronado por varios árboles de hoja gruesa que recuerdan a la del mango; una sombra de nostalgia al país tropical. Una gran pantalla blanca, un semicírculo de sillas y fachadas de un vecindario, que recuerdan al del Chavo del ocho, serie con la que todo colombiano creció, en las que se entremezclan tendederos y algún que otro vecino que observa curioso el interior del peculiar escenario. La tropical banda sonora de esta velada y el mestizaje de sus asistentes nos traslada hasta la tierra del café y la esmeralda. Pasan las ocho de la tarde (entre risas, un organizador se asombra de la puntualidad del público-y es que parece ser que los colombianos tienen fama de demorarse). Alrededor de un centenar de personas, en su mayoría jóvenes van acomodándose en las sillas de este Pati Llimona para disfrutar de la presentación de esta tercera edición de ciclo de cine colombiano. El pistoletazo de salida, a la que será una semana de filmes, coloquios, cortos, actuaciones y un sinfín de actividades culturales que servirán de maridaje entre Colombia y su séptimo arte para mostrar lo más activo e innovador de un cine que este año ha vuelto a llamar la atención de los festivales de cine más prestigiosos de Europa y el mundo.
La diversidad racial y la tolerancia entre ambas culturas es más que evidente incluso en sus hábitos culinarios: ni chicha de corozo, ni refajo es el elixir que, la mayoría, sostiene entre sus manos; sino cerveza y no la famosa Águila colombiana, sino la marca del jugo de cebada autóctono más concurrido en los eventos catalanes. Como indicaba, el público es muy diverso y no entiende de alcurnia ni pericia: unos por curiosidad, algunos ya expertos en la filmografía colombiana, otros por morriña a sus raíces, pero lo que está claro es que a todos les une una pasión: el cine.
Entre aplausos y la música de DJ Oli, Maria Luna, una de las coordinadoras de la asociación El perro que ladra, principal promotor de este ciclo, cuya labor es la difusión y promoción del cine latinoamericano, presenta, las que serán tres horas de espectáculo. Comenzando por una estremecedora pieza de teatro físico en la que la artista colombiana Adriana Henao vestida de un blanco impoluto y con el único acompañamiento del sonido de un piano, se encarga de hacer una fantasmagórica danza en la que entre gritos y sollozos se enfunda en una lucha interna, muestra de la psique femenina. Un llanto desesperado que sin duda, no deja indiferente a un público que, emocionado, rompe a aplaudir.
Desde ‘chévere’, pasando por ‘bacano’ o ‘¡qué play!’, se entremezclan con ‘maca’, ‘bona nit’, ‘awesome’ o ‘fabuloso’, y de nuevo, su presentadora hace uso del micrófono para desmenuzar la ajetreada agenda de la semana: la mayoría de filmes tendrán lugar en el Cinema Maldá, una sala situada a sólo tres minutos de la Rambla que desde hace una década se dedica a emitir cine de autor e independiente. Como la propia Maria Luna indica será un cine con una temática ecléctica: desde representaciones de la vida cotidiana en las grandes urbes colombianas, el periodismo de investigación representado en animación, la voz de los pueblos indígenas, hasta el Street art, y un activismo, que según asegura “no conoce fronteras”.
Va cayendo la noche, pero el ambiente en el patio no se apaga. Sino que más bien se llena de ritmos con el emocionante dueto formado por César López y Marta Gómez, que ofrece el lado más emotivo de una Colombia que pide a gritos un cambio, a través de versos impregnados de reivindicaciones y alusiones de paz.
Cae el crepúsculo y con él la atmósfera se envuelve de esa magia propia de las noches de cine de verano al aire libre. Van a dar comienzo los tres cortometrajes inaugurales del ciclo. El primero de ellos, merecedor de la primera Palma de Oro del Cine Colombiano en Cannes, nos sorprende con una sencilla pero delicada mirada del género femenino en una cotidiana Colombia. Bajo el título de Leidi, Simón Mesa nos tele transporta durante quince minutos a las casas de las comunas de Medellín, eso sí: su jerga es tan vernácula, que en ocasiones los subtítulos se hacen obligatorios, pese a hablar un idioma común. Los aplausos son rotundos. El patio se hunde en una ovación propia de una obra maestra al caer el telón. El segundo plato vendrá de la mano de Conversaciones entre una iguana y un camaleón, obra de María Ximena Cortázar. Una oda a lo absurdo en la que se da una peculiar conversación entre una iguana y un camaleón, sin que una sola palabra fluya de sus bocas. Un corto que pese a su originalidad, rompe un poco con la estética imperante hasta el momento. Como dato curioso, indicar que está construido a partir de la asociación libre. Y como guinda final a este exótico combinado, El síndrome del vinagre dirigida por Cristian Hurtado nos muestra una metáfora de la triste pero hermosa muerte del cine, a través del testimonio de Darío Fernández, un quijote del cine colombiano quien conserva un tesoro audiovisual que ha sido mermado por los avances cinematográficos y el paso del tiempo.
Tres emotivos cortometrajes con claros trasfondos, que junto a los nísperos, magnolios y ficus gigantes y su irremediable olor a limón han logrado hipnotizar a un público, que ha ido crescendo y que abandonaba la platea de piedra no sin antes votar de manera anónima para el premio especial del público que será otorgado este sábado en la clausura. Queda por delante toda una semana, que servirá a modo de tentempié de una Colombia que quiere hablar al mundo a través de su creación cinematográfica, en constante ebullición.