SHIBARI: Amárrame hasta (hacerme) el amor
Lo que te condiciona de pequeño, lo quieras o no, te genera tal curiosidad que acaba forjando tu abanico de gustos cuando creces. En mi caso fue así. Todavía recuerdo las manos temblorosas de mi padre tratando de cambiar de canal ante la mínima escena un tanto subidita de tono en Titanic -si, están pensando lo mismo: aquella en la que el vaho en la parte trasera de un coche hacía de tupido velo entre Jack y Rose-. Mi imaginación, que por aquel entonces estaba a flor de piel, cavilaba todo tipo de argumentos posibles. ¿Qué tendría esa escena para que mi padre ejerciera de nodo? Es que ya saben, basta que te prohíban algo para que tu interés por ello aumente notablemente.
No recuerdo muy bien cómo me inicié en el mundo asiático: por aquel entonces el sushi no era algo tan conocido y ‘chic’ como lo es ahora. Pero sin embargo, cada vez que frecuentaba cierta sala x del videoclub de mi barrio y veía las portadas de los filmes asiáticos mi curiosidad aumentaba. Mi intuición adolescente me decía que había algo más allá de simples mujeres de ojos rasgados con sus extremidades anudadas de manera imponente. Algo dotado de refinamiento y singularidad que escapaba de lo que mis ojos habían visto hasta el momento.
Pasaron los años y poco a poco empecé a familiarizarme con diversas disciplinas sexuales orientales. Estaba claro que la revolución sexual se quedó a mitad de camino y todavía seguían existiendo tabúes y secretismos en cuanto al tema. Puede que ese empeño paternal porque mis ojos no vieran ‘más allá de lo que debía ver una niña’ no hubiera hecho otra cosa que sembrar la semillita en mí. Quería saberlo todo.
La cultura japonesa tiene la disparidad de convertir lo aparentemente mundano en un arte, quizás sea por la filosofía con la que enfocan el tiempo, o perciben la naturaleza. Origami, Ikebana, Shodo, Koryū, Cha-ji, Shibari… son numerosas las artes que ha desarrollado esta civilización, y fue esta última la que llamó mi atención. Una noche di con un club cinema: cine mexicano, proyectaban Shibari (2002) de Christian González, una especie de cine de serie B protagonizado por una antigua modelo de esta técnica que había alcanzado el rango de nawashi (artista de las cuerdas). El caso es que esta película mezcla de alma latina, muerte y sexo sería la que me adentrará de lleno en este término japonés y todo lo que le rodeaba
Atadura, eso significa shibari (縛): el acto de anudar a alguien. Mi particular búsqueda sobre este arte me llevó hasta sus orígenes: el Japón feudal y los samuráis. Se trataba de un arte marcial que solo conocían estos guerreros en el cual se ataba al enemigo usando una cuerda tanto para torturarlo como para ofrecerlo de regalo. Sería a partir del siglo XIX cuando se fuera produciendo una metamorfosis que concibiera este dolor como forma de erotismo. Una práctica que aunque suele estar relacionada con el bondage –término más familiar en Europa-, va más allá de la mera sensualidad. Mientras que los cordajes del bondage sólo pretenden la inmovilización del sujeto, este arte no implica forzosamente la paralización, sino que más bien busca la belleza en lo erótico.
Sentirte a la merced de un otro, que te atrapa con sus manos anudadas en forma de cuerdas; un otro que cuelga tu cuerpo como una escultura, que enreda las sogas en tu figura hasta producir una ofrenda a la belleza. Dos sujetos en plena armonía, una forma de comunicación que juega con los límites de manera delicada. No se trata de un medio con un mero fin erótico, sino en una búsqueda en sí. Un proceso que tiene ver con la belleza, con el sentimiento y, pese a la forma de las ataduras, también con la sencillez.
Desde fuera puede verse como una técnica ancestral, incluso desprovista de sentimientos, pero si hay algo que caracteriza al shibari es la enorme carga emocional de la que está dotada. Estamos acostumbrados a un discurso un tanto reaccionario a la hora de hablar de sexo. Son numerosas las campañas divulgativas acerca de los riesgos que puede traer consigo si se practica sin cuidado, pero ¿qué pasa con el lado emocional del sexo? Por mucho que hayamos progresado, todavía se sigue dejando en segunda instancia. De aquí destacar la fuerte carga emocional que conlleva esta disciplina: el choque de sensaciones son intensas puesto que al estar indefenso ante la confianza del otro, se genera esa ambigüedad; esa tensión entre placer y dolor. La sumisión consentida puede ser tan placentera y amorosa como la más cursi de las novelas rosas.
Y dejando de lado fanatismos edulcorados a lo ‘Cincuenta Sombras de Grey’, el factor físico también es muy importante: el roce que produce la fricción de las cuerdas en las zonas endógenas del cuerpo puede llegar a ser muy placentero -o al menos eso dicen quienes lo practican-. Ya que provoca que el cuerpo vaya segregando un cóctel de hormonas y neurotransmisores que producen satisfacción.
El aspecto estético es indispensable: hermosos patrones sobre el cuerpo humano, como una estructura vitalista; usar solo la cuerda como medio para alterar la figura a su pose más bella. El cuerpo como un lienzo, la cuerda como un pincel y el pintor; quien amarra y es atado entran en un círculo de comunicación como si la cuerda fuera una extensión USB.
Cuerdas también en escena…
Pese a que a muchas personas el shibari pueda resultarles extraño y distante, Robert Mapplethorpe, uno de los fotógrafos más celebres de la historia, supo captar toda su belleza con unas fotos impregnadas de sensibilidad y simbolismo reflejado en cuerpos y cuerdas.
¿Conocen Las aventuras de la dulce Gwendoline? (‘Sweet Gwendoline’), el principal personaje femenino de las historietas eróticas del artista John Willie. La ingenua damisela en peligro, rubia y con amplias curvas, quien se encuentra atada escena tras escena en unas tiras cómicas, que aunque en sus inicios se acercaban más al bondage, son un claro precedente occidental del shibari manga japonés.
Dado que nuestra percepción cultural es distinta a la originaria, es difícil comprender y compartir el mismo sentido estético o erótico que tiene en Japón, no obstante la belleza está en el ojo del que mira –de eso no hay duda-. Todavía hoy existen numerosos tabúes sociales y cierto oscurismo alrededor del shibari. Hay quien cree que es una forma machista de dominar a la mujer; no obstante éste no entiende de géneros a la hora de atar o ser atado, y además requiere de un consentimiento y una gran confianza en el otro sujeto. Además, ¿qué hay de malo en disfrutar abiertamente de una sexualidad sumisa?
El shibari no se queda atrás en iconos femeninos. Bettie Page, revolucionó el panorama estadounidense de los años 50 con su exuberancia inocente alternando entre interpretar a una dominatrix o a una víctima indefensa dejando para la historia imágenes icónicas como en la que se muestra amordazada y atada en una red de cuerdas. Tampoco cae en el olvido de las musas de este arte erótico el papel de Emma Peel que Rigg encarnó en la serie Los Vengadores. Y sin ir tan lejos, y por constatar que también hay estrellas masculinas, el modelo español Jon Kortajarena parece tener cierta predilección por esta técnica, o al menos eso muestran sus numerosas fotos amarrado y suspendido en el aire.
Una nueva forma de comunicación…
¿Quién no recuerda la típica escena de Los Simpson en la que Marge y Homer están sentados frente al televisor sin nada que decirse? La ficción no supera a la realidad; sino que más bien fotografía las escenas típicas de miles de parejas que parecen haber cedido ante la incomunicación. Resulta paradójico que vivamos en el momento de la historia en que más desarrollados están los sistemas tecnológicos, una realidad donde la comunicación está presente en cada soporte actualizado al segundo y sin embargo, ¿qué está pasando con la interacción interpersonal? miles de parejas se fraccionan día a día por falta de ésta, y muchas de ellas, desesperadas, deciden acudir a terapias para encontrar lo que les falta, o lo que han perdido por el camino. La respuesta, en muchas ocasiones, es la conexión.
He visto más comunicación en una muestra de shibari que en un matrimonio con tres hijos, dos gatos y un perro de por medio. Resulta asombroso como con el mero cruce de miradas y el contacto físico a través de caricias entrelazadas con amarres puede generarse tanta seguridad. Esa plenitud es el diálogo, el que anuda conoce y va conociendo, y el sujeto sumiso confía y responde al proceso. Lo primordial es la simbiosis entre ambos. Es un modo de relación que, pese a su vetustez, resulta novedoso para la sociedad occidental, un arte que pone una alternativa a la escena cada vez más asidua de parejas que parecen no tener nada que decirse.
Un pacto de amor en el que el respeto y la búsqueda de satisfacción se alcanzan a tales niveles, que la conexión verbal apenas es necesaria, la clave reside en la confianza.
Atrás quedaron los prejuicios de que el shibari es algo violento, para el que se necesita algún aparataje especial y en el que sólo participan ‘pervertidos’. Como ya hemos visto han sido numerosos los dibujantes, fotógrafos, directores de cine, y por supuesto, divas e iconos que se han involucrado de lleno en este arte.
Porque al fin y al cabo, un abrazo también es una restricción del movimiento, pero sin cuerdas.